Arrepentimiento

 

Para el Guerrero, la culpa provee de la energía necesaria para asumir la responsabilidad de lo hecho.

No es un círculo sin fin que gira alrededor del ombligo del culpable, que en el fondo sigue ciego ante las consecuencias de sus actos y continúa contemplándose a sí mismo como causante de la destrucción o del perjuicio, sufriendo en la medida en la que tal descubrimiento empaña la opinión que pueda tener de sí mismo o la imagen que esté dando a los demás.

No precisa de la arrogancia, la agresividad, el despego o el menosprecio para sacudírsela y liberarse así de la incomodidad.

Al contrario. El Guerrero, desde la culpa, mira a quien ha herido, observa lo que ha roto, siente el dolor y restituye. Puede parecer menos apenado que quien se queda atrapado en esa culpa narcisista y estéril de la que hablábamos, pero en realidad sólo es menos dramático y frecuentemente más lúcido.

El Guerrero consuma la culpa hasta la última gota, recorre todas las consecuencias con intención de sanar y de sanarse. Por eso puede vivirla y dejarla atrás con honestidad y respeto.

Raramente veremos que el Guerrero se enfade consigo mismo porque no se exige ser distinto de cómo es. Aprende de sus equivocaciones. Se respeta en ellas tanto como respeta a los demás en las suyas. Se alegra de descubrir sus deslices porque esto le empieza a dar el poder de cambiarlos o de responder de ellos. No es que se alegre de equivocarse o de dañar, sino de darse cuenta. 

Y a veces el descubrimiento no es otro que la dificultad en abrirse a la culpa y a su poder alquímico en lugar de defenderse de cómo nos desmonta y abrasa…

Cuando vivimos instalados en la culpa y el enfado contra nosotros, solemos posponer o evitar responsabilizarnos; en consecuencia, aquello que los causó nunca se enmienda, sino que se hace eterno. Es una manera de evitar asumir. Un recurso de niños para no afrontar la realidad de cara y con las dos manos mientras, con nuestra pena, parece que sí que estamos teniendo en cuenta la cuestión.

(También podemos dar vueltas alrededor del enfado hacia nosotros mismos y la culpa para no darnos cuenta de que, en el fondo, estamos enfadados con otros y es a ellos a quienes consideramos culpables, pero esto es otra cosa diferente de la que hoy no nos estamos ocupando…)

En el camino del Guerrero, la auténtica culpa es una bendición, una fuente de humildad, sencillez, amor, valor y nobleza. Un dolor pasajero que nos cambia y nos hace mejores personas, y que nos hace también ser una bendición para los otros.

Quién lo hubiera dicho, con la mala prensa que tiene desde hace tiempo…

Marian Quintillá