A veces, las palabras sirven para decir; a veces, para armar ruido.
Estamos tan llenos de ruido…
Sumidos en el estruendo, aunque con el estómago vacío, tragamos y tragamos equivocando el hambre, que era otra, otra que no pillamos ni logramos saciar.
Tan atiborrados y tan huecos.
Tan perdidos.
Tan locos.
Tan cansados.
Silencio…
Primero viene el alivio, pero ¿cómo resistir esa desazón que llega luego, ese síndrome de abstinencia de nuestra propia parafernalia interna, de nuestros subterfugios para acallar el grito que nos surge de dentro?
Silencio.
Quietud. Silencio.
Únicamente los movimientos necesarios, si es que aún distinguimos cuáles son, y precisos.
Presencia. Quietud. Silencio.
Sólo desde el silencio puede escucharse claramente el alarido de nuestra naturaleza íntima. Sólo desde el silencio puede oírse también la sinfonía que, en inevitable y justa respuesta, se derrama sobre nosotros desde donde no alcanzamos a comprender.
Silencio y se acabará este circo. Silencio y cambiará todo.
Nadie puede enseñarnos ese silencio. Sólo llega.
Y ojalá no lo esté perturbando yo hoy con mis palabras.
Marian Quintillá
Precioso! Me emociono al leerlo, gracias!
Gracias, Laura
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Gracias, Laura
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Gracias, Laura
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Gracias, Laura
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Gracias, Laura