Primera Guerra Mundial

La guerra…

Está por todas partes. Dentro y fuera. Dentroyfuera ¿No sentís el tirón en las tripas, el fuego en la cara, el desdén o el odio en los ojos, esa coraza encarnada y dura en el pecho? ¿No la veis en los ojos que nos contemplan, en los ojos con que nos contemplamos, en la injusticia y la crueldad con que la vida nos trata, en toda esa gente malintencionada, errada o simplemente idiota que hace del mundo un lugar peor, que nos niega lo que nos merecemos o se lo niega a quienes no pueden defenderse, o en las consecuencias de esa parte de nosotros mismos que deberíamos arrancarnos de algún modo…?

¿No sentís los pies enraizados, las manos preparadas, la lengua lista para entrar en batalla?

¿No os dais cuenta de cómo nos miran nuestros contrarios, de toda la violencia que nos guardan, la frialdad o la saña con que ejecutan sus planes…? ¿O de cómo se arman al sentir nuestra fuerza?

¿No veis…?

¿No sentís la excitación…?

Resulta tan real, tan palpable…

Todos hemos probado la sangre y, una vez probada la sangre, qué duda puede quedarnos ¿verdad?

Sustituidos la paz por la inquietud y el amor por el miedo, el mundo se nos vuelve un laberinto de amenazas. O tú o yo, o nosotros o los otros. O mi ángel o mi demonio. O vencer a la vida o dejar que la vida nos aniquile…

La guerra sin fin. Dentroyfuera.

Avanza. Crece en nosotros. Entre nosotros. Siempre por buenos motivos, claro está. Hasta que la arboleda prende, el fuego arrasa, la ira explota… y entonces su gloria se convierte en hiel, su medicina en veneno para todos nosotros y para nuestros hijos.

Y podemos tardar vidas y generaciones en comprender que, cada vez que matamos, morimos.

Marian Quintillá