Metamorfosis

El Amor transmuta al Ego.

Y al ser transmutado, podemos ver por fin al Ego como es o como está llamado a ser.

Lo que parecía un monolito de arrogancia, una bola de calcetines sucios, un basilisco cargado de motivos y dispuesto a destruir lo valioso por dar satisfacción a indignaciones, convicciones o apetencias, una campana de cristal para estar a salvo de la vida y del mundo… se convierte en un príncipe.

Como ya sabéis sin necesidad de que yo os lo diga, el sentido de un príncipe, y aún más el de un rey, es servir. Y cuando esta transmutación sucede, el Amor es el rey y el Ego es el príncipe.

Hasta entonces, el Ego era el tirano y el Amor, el esclavo. Simplemente porque el Ego, sin la radical transformación que experimenta al verse invadido y metamorfoseado verdaderamente por el Amor, ni sabe quién es ni entiende cuál es su lugar. Así, está inquieto, alerta, asustado, obligado a reafirmarse, armarse, enloquecer… y mantener a raya a un sirviente tan peligroso para su «solidez» como resulta ser el Amor que se mueve y aguarda bajo el peso de su bota.

Pero es crucial que entendamos que esa posición naturalmente transitoria, la del esclavo, no es más que uno de los modos en los que el Amor lleva hasta sus últimas consecuencias su condición de rey.

El Amor lo cambia todo más allá de lo que podemos imaginar. Ya sé que esto os lo he dicho un montón de veces de un montón de maneras. Es cierto. Es increíble. Es milagroso.

Cuánto miedo ante la posibilidad de arriesgarnos a que nos aniquile. Sin embargo, ése es justo el momento en el que empezamos a dejar de ser aniquilados por nosotros mismos.

En su dignidad y calidad de príncipe, el Ego es magnífico: el servidor más preparado, más humilde, más sereno, más sólido. Admirablemente bello.

El Amor… el Amor no es nuestro. Sólo podemos pedirlo de corazón. Dejarle hacer cuando llega. Esperar pacientemente su guía. El Amor es tan resplandeciente que no sé si podemos siquiera decir que es bello porque dudo que logremos llegar a mirarlo sin deslumbrarnos.

El rey es quien nos sirve más profundamente. Ante él, sólo cabe inclinarse o postrarse. El príncipe es quien nos sirve más sencillamente. Lo que cabe ante él es apoyarse.

Marian Quintillá