En la entrega es donde el Guerrero templa y pone a prueba su Corazón.
Ante el riesgo de aniquilación y de pérdida, el Ego, que es el superviviente, se dispara por todas sus vías, se desparrama en todos sus automatismos y nos permite conocerlo y sufrirlo más despojado que nunca del disfraz de civilización con el que habitualmente va ataviado.
A veces, nos anonada, nos inutiliza.
Si es el Ego quien está al mando, si no hay suficiente Corazón donde apoyarse, desaparecemos en la bruma. Construimos castillos imaginarios. Luchamos contra molinos creyendo que son gigantes. Atravesamos tenebrosos bosques que tienen las raíces en nuestra mente. Vivimos historias mágicas que nunca sucedieron más allá de nuestra fantasía.
El Corazón está. Permanece presente, como hemos dicho tantas veces. No se pierde en burbujas disfrazadas de infierno o paraíso. Respira, mira, ve, escucha, oye, actúa, ama.
El Corazón es más soso que el Ego, menos espectacular. Pero la paz y la fuerza son suyas.
En la entrega es donde el Corazón y el Ego pierden sus máscaras. Como en un crisol alquímico, se purifican. Y lo que es valioso se separa de las impurezas que lo empañaban y aparece a la luz, para que pueda al fin ser visto.
El Corazón puede realizar proezas que el Ego ni siquiera concibe. Y además, son verdaderas.
Marian Quintillá
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