No tachamos de inmoral a la naturaleza cuando nos envía una tormenta y nos cala hasta los huesos. ¿Por qué llamamos, entonces, inmoral al hombre que produce un daño? Porque suponemos en él una voluntad que obra arbitrariamente, mientras que en el primer caso hablamos de necesidad. Sin embargo, esta distinción es errónea. Por otra parte, hay situaciones en que no consideramos inmoral ni siquiera al que causa un daño con intención; no sentimos escrúpulos, por ejemplo, al matar una mosca intencionadamente por el simple hecho de que nos molesta su zumbido: pero se castiga intencionadamente al criminal y se le hace sufrir para garantizar la seguridad de cada uno de nosotros y de la sociedad. En el primer caso, quien causa un daño para conservarse o incluso para no sufrir es un individuo; en el segundo, es el Estado. Toda moral acepta que se realice intencionadamente el mal en caso de legítima defensa, es decir, cuando se trata de la propia conservación. Pero para explicar todas las malas acciones realizadas por hombres contra hombres bastan estos dos objetivos; o se trata de conseguir un placer o se intenta evitar un dolor. Tanto en un sentido como en otro se trata siempre de la propia conservación. Sócrates y Platón tenían razón: haga lo que haga el hombre siempre hace bien, es decir, siempre hace lo que le parece bueno (útil), según su grado de inteligencia o según la medida actual de su racionalidad.

Friedrich Nietzsche

Humano, demasiado humano. (Aforismo 102)