Y qué ocurre cuando no vemos.
Apenas nos damos cuenta de lo que pasa. No vislumbramos más allá. La situación es dolorosa.
¿Cuántas veces me he escuchado y he escuchado a otros decir, de inmediato, casi de estampida, en esos momentos «Qué hago»?
¿Cómo voy a saber qué hacer? No veo nada. Siento el impulso de huir del sufrimiento, de sobrevivir, incluso de morir, pero no hay nada más claro. Ojalá alguien pudiera decirme por dónde. Lo intento. No vale.
¿Cómo quedarse?
Podemos permanecer petrificados, anestesiados, anonadados. Entonces, es muy frecuente que nada cambie, que simplemente el nudo se haga eterno mientras aguantamos, aguantamos y aguantamos. Podemos ponernos a hacer, para que pase algo, cualquier cosa menos esto, está claro. Pero cuando la acción no tiene raíces, es agitación en lugar de movimiento, y aunque llegue a cambiarnos de sitio, rara vez nos saca de donde nos encontrábamos.
¿Cómo no desesperarse? Por favor, que alguien, un adivino, un vidente, una pitonisa, un profeta, un ángel… nos avance algo.
¿Cómo estar? ¿Cómo encontrarnos presentes en ese lugar incierto, comprometidos hasta que veamos claro?
Pocas cosas hay más difíciles que ir paso a paso, sin ver el siguiente, sin tan sólo ver en qué terreno apoyaremos la planta la próxima vez que pisemos, si habrá suelo o abismo, ni saber hacia dónde dirigimos los pasos. Pocas cosas hay más difíciles que la incertidumbre cuando nos la estamos jugando.
Permanecer despiertos, viviendo, dando y dándonos. A oscuras. A ciegas. También tomando. Escuchando, tras el ruido, la voz que no se escucha más que cuando callamos.
Nunca necesita más valor el Guerrero. Ojalá podamos encontrarlo.
Marian Quintillá
Marian, tus escritos me ayudan, me conectan conmigo misma, me emocionan…..este especialmente. Gràcies!!
Gracias a ti, Cristina, por hacérmelo llegar. Un abrazo.