¿Qué sabemos de nosotros?
¿Qué es preferible? ¿Poner nuestro futuro en manos de quien se siente incorruptible sin haberse puesto realmente a prueba basándose solamente en su adscripción a ciertos valores morales o determinado código ideológico? ¿O confiar en quien ha experimentado en propias carnes la dificultad de resistir el tirón de la tentación y que conoce, por lo tanto, el alcance de su debilidad?