Ícaro y Dédalo (Agia Galini)

Ícaro y Dédalo (Agia Galini. Creta. Grecia)

El Guerrero tiene los pies sobre la tierra. Ésa es una de las condiciones que le permiten alcanzar aparentes imposibles. No esquiva la realidad: se enraíza en ella. De este modo, el salto al vacío del corazón y el vuelo libre de la cabeza están en contacto con el mundo.

Hacerse el loco es tentador, construirse un universo paralelo en el que morar – ya sea celestial, infernal o sólo excéntrico – es cómodo, pero no nos llevan a ninguna parte.

En ese sentido, el Guerrero resulta lamentablemente pragmático y soso. Obvio.

Aunque, para captar la realidad, ésta ha de ser mirada con profundidad y cuidado, procurando evitar abordajes que la vuelvan plana, que dejen fuera demasiados elementos, que chirríen, que nos complazcan o nos inutilicen de una manera sospechosamente rápida…

El Guerrero tiene los pies sobre la tierra y ello implica latir con la tierra. Este arte exige cuidado, dedicación, atención, interés… Entrega. Y la valentía de asumir que lo que es, es, que somos lo que somos, que hacemos lo que hacemos y que esto nos afecta, nos traspasa, nos cambia y tiene repercusión en el mundo.

El Guerrero tiene los pies sobre la tierra y eso lo vuelve consecuente. De los que se hacen los locos y de los que viven en su mundo de sueños, nadie lo espera.

Ícaro podía volar con las alas que su padre, Dédalo, le construyó, pero no fue capaz de tener en cuenta al sol.

Cuántas personas rotas… por cerrar los ojos.

Si hemos de jugárnosla a la inaprehensible suerte del corazón, si vamos a comprometernos con las asombrosas capacidades de nuestra cabeza, si estamos dispuestos a escuchar con confianza la brújula del instinto… necesitamos los pies en el mundo. Apoyar con decisión, con voluntad, los pies en el mundo. Caminar, correr, saltar, escalar, nadar, volar… manteniendo los pies en el mundo, volviendo al mundo.

Y es posible que apoyar los pies en el mundo sea uno de los mayores actos de fe que el Guerrero puede hacer.

Marian Quintillá