Tomemos todos los momentos de amor de nuestra existencia desde su primer instante. Llevémoslos, no sólo a la consciencia o al corazón, sino a los mismos huesos.

Esto lo digo muy en serio, libre de sensiblería y aún de sentimentalismo. No me entendáis mal. Y mientras lo hacemos, podremos sentir unas emociones u otras, e incluso nada o casi nada, si se tercia. Da lo mismo: lo importante es hacerlo.

Hacerlo con la precisión, con la impecabilidad con la que un buen albañil iría colocando los ladrillos y el cemento para hacer las paredes maestras de su casa. Poco importa en esa tarea lo que el albañil piense, sienta o desee. Lo verdaderamente crucial es que las paredes estén bien construídas.

Arraiguemos cada acto de amor en los huesos como se arraiga en ellos el calcio que los constituye o, si podemos, como el colágeno que forma la misma matriz a la que el calcio se aferra. La estructura más básica que sostiene nuestro esqueleto.

Decididamente. Voluntariamente.

Distingamos el amor de toda la humana morralla con la que acostumbra a ir mezclado o en la que suele ir empaquetado. Esa morralla no es un buen material para anclar en los huesos: nos llena de lamentos, fisuras, deformidades o aristas. Busquemos el amor igual que el científico deslinda con su microscopio lo que no se aprecia a simple vista, igual que el cirujano separa con su bisturí el tejido sano del enfermo.

Es crucial.

A la hora de hacer esto, no perdamos el tiempo con las imperfecciones, las carencias, las torpezas, las perversiones, los caprichos, las incomprensiones, los desencuentros, los sueños, lo que habríamos querido de otro modo, lo que nos hirió… Para eso existen otros ratos, otros espacios, como todos sabemos. Ya los buscaremos, si hacen falta. En este momento, lo que importa es reconocer el amor y llevarlo a nuestros mismos huesos. Instante a instante, ladrillo a ladrillo, fibra a fibra, cristal a cristal.

El amor como eje, como actitud, como acto. El que haya habido. Como haya sido. El amor en todas sus formas y expresiones. En todas sus calidades. En todos sus tamaños.

Ésa es nuestra responsabilidad: la de tomarlo y constituírnos en seres amados. Nadie puede ni debe hacerlo por nosotros.

¿Os parece muy frío? No es frío. Es fuerte.

Sólo un esqueleto de amor puede darnos la serenidad, la sensibilidad, la aceptación, la solidez, la valentía y la capacidad de amar. Sin él, podremos manejarnos mejor o peor haciendo malabares, reservándonos o desparramándonos, pero siempre con la incertidumbre de cuál será la circunstancia que desequilibre el baile del polichinela. Cuando la consciencia y el corazón dictan el camino, los huesos tienen que estar en condiciones de responder o el poder se pierde como agua por sus resquebrajaduras.

Por esto, tomemos el amor con amor, y hagámoslo sin concesiones a los cuentos (habitualmente ciertos, por supuesto) con que nos distraemos. Construyámonos. No hay magia. No hay atajos. No hay trucos. No hay excusas.

Sólo hay amor. Y que hay amor es tan seguro y cierto como que estamos vivos.

Marian Quintillá