Nota: Esta entrada forma parte de un conjunto de materiales dirigidos a los participantes en algunos ciclos de talleres que realizamos eventualmente con la finalidad de facilitar el trabajo personal y de transformación. El propósito de estos textos es servir de punto de partida para la preparación, reflexión y trabajo previo al taller. Utilizaremos este conjunto de entradas a modo de biblioteca desde la que poder acceder a estos materiales siempre que se necesiten. Si has llegado a esta página por casualidad y te resulta de interés, nos alegramos y te invitamos a revolver entre nuestro contenido.

Terminados los ocho días de la octava, entramos en este proceso de 10 días al que hemos llamado crecimiento. El objetivo de esta etapa es permitir que la semilla que hemos plantado durante la octava pueda comenzar a germinar y madurar. Hemos visto que la etapa de la octava consiste en un trabajo «activo», en la medida en la que nuestra atención y nuestra intención se dirigían a formular y expresar una determinada dirección de trabajo. De ahí la importancia de la ritualización y la repetición, día tras día. En esta ocasión, el trabajo se puede considerar más «pasivo», en el sentido de que lo que nos toca es esperar y acompañar lo que, desde este momento, empiece a producirse de manera más o menos espontánea. Siguiendo el ejemplo de la siembra, ésta exige elegir la semilla, buscar la tierra adecuada, darle la consistencia correcta, colocar la semilla a una determinada profundidad, etc. Pero una vez hecha esta tarea, será la propia semilla la que se encargará por sí misma de germinar, buscar el camino hacia el exterior, crecer, desarrollarse, madurar y, eventualmente, dar su fruto.

Nuestra tarea, en esta etapa, consiste más en observar y acompañar que en hacer. Lo cual no significa que no debamos hacer nada. ¿Quien no ha tenido la experiencia de esa maceta que se ha muerto por falta de atención o de cuidados? La diferencia es que nuestro hacer tiene, en este caso, más que ver con el cuidar, proteger, facilitar y nutrir. O, dicho de otro modo, si los días de la octava fueron una etapa de pedir, estos días serán de recibir.

Planta germinando

Es por eso que la estructura del trabajo es más libre. Cada uno sabe lo que sembró, y podrá estar atento a cuanto sucede dentro y fuera, dando así oportunidad a la vida para que nos siga enviando mensajes o facilitando experiencias de transformación. Pueden aparecer presentimientos o instintos acerca de qué podría nutrirnos, incluso en pequeños detalles, como músicas, dibujos, movimiento, lecturas, llamadas, masajes, películas, encuentros, expresiones diversas de lo que experimentamos o cualquier otra cosa. En estos casos, podemos darnos la oportunidad de seguirlos, explorarlos, observarlos…

Conviene no perder de vista que por lo menos una parte significativa – si no la mayor – del trabajo de transformación y alquimia está más allá de la racionalidad, los planes y las directrices de cada uno, que en este sentido la consciencia está al servicio de ir dándonos cuenta de lo que sucede más que de dirigirlo, con la mayor apertura e inocencia posibles.

Propuesta de trabajo

No obstante, y con el propósito de facilitar una estructura que permita ir recogiendo y destilando estas experiencia que, precisamente por lo sutil, podrían ir quedando descolgadas, os proponemos que hacia el final del día os deis de manera explícita un espacio de reflexión y recogida que, en esta ocasión, incluirá una técnica basada en la creada por el psicoanalista estadounidense Ira Progoff.

Se trata de reservar un espacio de tiempo razonable según nuestras posibilidades reales para escribir, y dividirlo en tres partes de la misma duración. Por ejemplo, tres ratos de cinco minutos, o de siete, o incluso de diez si queremos dedicarle media hora… Lo importante es que sean tiempos bien adaptados a la realidad de cada cual (como si son de dos o tres minutos cada uno si un día tengo poco tiempo). Estos lapsos de tiempo, los marcaremos con la alarma del móvil para no tener que estar pendientes del reloj.

  • Empezamos centrándonos en nosotros mismos, poniendo conciencia en cuerpo, sentimientos, emociones, pensamientos e imágenes mentales, estados espirituales…
  • Durante la primera parte escribimos lo más libremente posible, sin decidir ni dirigir, dejando que la mano vaya sola y el texto fluya, casi como si no escribiéramos nosotros, sino que dejáramos que la escritura brotase libremente.
  • Como es difícil mantener este estado de libertad, cuando suene la primera alarma volveremos a tomar un momento para recentrarnos en nosotros (cuerpo, sentimientos, etc.).
  • Durante la segunda parte seguiremos escribiendo del mismo modo, lo más libremente posible.
  • Al sonar la alarma por segunda vez, leeremos lo que hemos escrito durante las dos partes anteriores.
  • Durante la tercera parte, a partir de lo que acabamos de leer, escribiremos aquello que nos impacta, lo que vemos, lo que comprendemos y lo que nos inspira. En esta tercera parte, pondremos tanto cerebro y voluntad como consideremos necesario.

Por supuesto, además de esta manera de recoger las vivencias del camino diario, podemos añadir cualquier otra forma que nos resulte útil o interesante.

David Magriñá y Marian Quintillá